Friday, August 15, 2014

La revisión


Hacía dos años que no aparecía por allí. Según subía los escalones del metro Diego de León que me dejaban al nivel de la calle, aquel edificio enorme de aspecto rancio y algo universitario acaparó toda mi atención con sus ventanales desnudos y su iluminación de fluorescentes. Siempre que lo veo me impresiona. El Hospital de La Princesa ya forma parte de mi vida desde hace 12 años y lo que me queda, o no, que con el intento de privatización que ha sufrido temí que me mandaran a otro. Afortunadamente eso ya pasó y me han dado cita para casi todas las pruebas allí. Hoy tocaba extracción de sangre, mi favorita. Siempre voy con miedo a que me toque un principiante que no me encuentre la vena o le tiemble el pulso y acabe perforándome todo el brazo con la aguja. Recuerdo una vez que escuché a una de las enfermeras comentar a la compañera algo así como "No sé qué pasa hoy que todos los que me tocan tienen la vena escondida"..y yo pensé para mis adentros "¡¡chiquilla!! ¿¿no será que el problema lo tienes tú y no la gente que te toca??? menos mal que ese día me tocó otra.
Como ya me sé el camino, entré en el edificio y fuí directo por el pasillo central al fondo, pasando junto a la cafetería, capilla y ascensores y subí a la primera planta donde encontré el mismo panorama de siempre: una sala de espera enorme llena de personas mayores inquietas unas, resignadas otras, esperando que empiecen los turnos. En las citas de extracciones, al menos en este hospital, aunque te citen a una hora concreta, en mi caso a las 8:00, también citan a esa hora a 200 personas más, y por tanto hay que coger número y sentarse a esperar a que te llamen. Llegué 15 minutos antes y ya tenía unas 50 personas por delante. Como me olvidé llevar un libro para estas esperas de hospital, me senté y me dediqué a observar a la gente. Justo en frente de mí había una chica que por sus rasgos me pareció peruana, parecía dormitar con los ojos cerrados mientras se mantenía en un equilibrio inestable. Agarraba su número en la mano y se tambaleaba como un balancín. Detrás de mí escuché a una señora mayor que le explicaba a su marido o a su padre cómo se organizaban allí con los números. Por el pasillo principal apareció una gitana empujando una silla de ruedas. Parecía perdida, no sabía donde ir y pasó de largo. Pasadas las 8 aparecieron los enfermeros / celadores que se encargan de poner orden y empezaron a llamar a la gente: "los del sintrón que se vayan poniendo en cola"... En cuanto la gente ve movimiento se acercan a la cola e intentan posicionarse para entrar de los primeros. No escuchan a los celadores o no quieren escucharlos "los del sintrón que se vayan colocando" "a ver, usted, ¿me enseña el volante? Señora usted tiene que coger número y esperar que la llamemos, los del sintrón entran antes que el resto" "apartense del pasillo por favor" "dejen la entrada libre"... la peruana hace un amago de caerse pero en el último momento se endereza.. la gitana vuelve a pasar con la silla de ruedas y al ver movimiento se acerca... "a ver señora, ¿me enseña el volante?" "¿hay algún diabético esperando? que pasen primero" "los del sintrón pasaron ya todos?"... una y otra vez la gente se agolpa en la entrada y los enfermeros tienen que poner orden continuamente. "A ver, del número 210 al 220 que se vayan acercando" Ya casi es mi turno. Me pregunto qué número tendrá la peruana durmiente, intento mirarlo pero lo tapa con la mano, espero que no se le pase el turno... Una anciana que está sentada cerca espera pacientemente y comenta "siempre hacen igual, ¿por qué no dejan el pasillo libre y esperan tranquilos como todo el mundo?" Parece veterana, creo que ha venido sola pero se la ve muy resuelta y profesional de estas pruebas, me pregunto si llegaré yo a su edad. Dicen mi número y me dispongo a levantarme para ponerme en cola pero antes echo un vistazo al asiento de la peruana, que para mi sorpresa está vacío. La veo pasar saliendo ya de la sala de extracciones sujetandose el algodón en el brazo. La tía tenía el radar puesto bien atenta a las llamadas y nos ha engañado a todos con sus balanceos peligrosos.
Entro a la sala y cruzo los dedos para que me toque un profesional de la aguja. Me llaman del puesto número 7 y allá que voy. Es un señor mayor, me saluda muy simpático y como siempre, intenta entablar una conversación con la víctima para relajar los nervios. Le aviso que me mareo con las extracciones y me dice "vaya, pues yo estoy practicando". Hago un amago de levantarme y cambiarme de puesto pero enseguida me dice que es broma, que es un "catedrático". Lo miro de arriba abajo y casi me convence. Intento tranquilizarme y miro al tendido apartando todo lo posible la vista del brazo torturado. El catedrático empieza a preguntarme por mi trabajo para distraerme y siento el pinchazo. Noto una bajada de tensión pero lo voy soportando. Pasan unos segundos eternos y de pronto me dice "ya está ¿no ha sido para tanto verdad?" No me lo creo del todo porque siento aún la aguja pero supongo que será sólo una sensación y miro mi brazo. Ahhhhhhh "LA AGUJA SIGUE AHÍ, CON UN TUBO ENORRRRRRRRRME LLENO DE MI SANGRE QUE ME ESTÁ DESANGRANDOOOOOO""" el H. de la Gran P.. me ha engañado!!!! intento controlar la situación y aparto rápidamente la mirada y espero que me saque esa cosa de mi brazo. La tensión parece que aguanta... Por fin me avisa, esta vez de verdad, que ya acabó todo. Recojo mi abrigo y con la mano presionando el algodón espero que no me deje moratones en el brazo. Salgo de la sala y dejo atrás a los viejetes que aún aguardan su turno. Parece que esta vez no me ha bajado tanto la tensión y no me tengo que sentar. Salgo del hospital y me despido de las agujas hasta dentro de 2 años... Según bajo las escaleras del metro me pregunto si la peruana dormirá igualmente en los trayectos de metro....

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