El otro día paseando por el Juan Carlos I me encontré a la típica familia que sale a pasar la mañana en el parque. La escena era de película, la madre con el carrito llevaba al más pequeño, y otro de los hijos hacía sus pinitos con su bici de juguete, de esas con ruedas superanchas que se quedan de pie solas. El padre lo grababa en vídeo para la posteridad, y como me hizo gracia me quedé observando la escena. El peque avanzaba despacito muy emocionado con su bici pero de pronto dió un traspiés y se cayó... por un momento pensé que el padre dejaría de grabar y acudiría al rescate pero no, siguió grabando sin pestañear. El niño empezó a llorar, caído en el suelo y el padre seguía grabando, sin mover un dedo. Ante la pasividad del padre me dispuse a acercarme a recoger al peque pero ya vi que la madre, al ver que el padre no movía un dedo, se acercó con el carrito para auxiliar al peque. A lo lejos estaba otro hijo de la familia, que ya que se movía con soltura con la bici porque ésta tenía ruedecitas de apoyo. Le hacía señas a su padre para llamar su atención y que le grabara también en video. Pero el padre ni caso, seguía grabando al pequeño en el suelo llorando; supongo que un niño ya suelto con la bici no tiene gracia grabarlo en video, porque no se va a caer... ¿o tal vez sí? ¿Habría saboteado las ruedecitas de la bici para que se cayera también el mayor? Y ya pensando mal... ¿habría saboteado la bici de ruedas superanchas del pequeño para poder grabar la caída y poder enseñarla luego orgulloso?... con estos pensamientos me fuí alejando de la escena preocupado por la integridad de esas pobres criaturas en manos del padre malvado con su videocámara...
No comments:
Post a Comment